Por qué desapareció el esclavismo
En
una época como la de Trajano, cuando la guerra volvió a convertirse en
un factor económico importante y el número de esclavos pudo subir
notablemente, su amigo Plinio el Joven escribía en 107 a su también amigo el consular Paulino poniéndole de relieve la necesidad
de cambiar el régimen de explotación de sus tierras, en la que los
esclavos no eran rentables cuando el amo no estaba presente. El
absentismo, del que ya se quejaba en tiempos de Nerón el gaditano
Columela, era el culpable de tal situación, pues el desarrollo del
urbanismo, ofreciendo unas condiciones de calidad de vida y de
representación pública de la misma, hacía periclitar los
campos. La solución del arriendo de las tierras a cultivadores libres
chocaba, aquí también, con la ausencia de una banca que ofreciera
créditos para la inversión en condiciones aceptables para los pequeños
empresarios, que nunca tuvieron por lo general el apoyo del Estado para
contraer este tipo de deudas. Una renta fija en dinero suponía que
era el arrendatario quien asumía sólo los riesgos de la climatología y
de las plagas, así como los derivados de un mercado saturado. Una par de
malas cosechas seguidas podía hundir al colono y dejarlo en una
dependencia respecto al señor que le arrendaba sus tierras que nos
recuerda, en la práctica, a la antigua institución del nexum, aunque no sabemos que se llegara a plantear la venta como esclavo del deudor. La
solución, decía Plinio, estaba en alquilar las tierras en aparcería,
una costumbre que nunca había desaparecido del todo (es la propia de las
sociedades
premonetarias) y que vemos ya constatada en la viejísima legislación de Hammurapi de Babilonia, donde se establecen las partes agrariae que ha de entregar el colono aparcero.
Otro amigo de Trajano, Dión de Prusa (Or., 7), había clamado a su vuelta del exilio al que se había visto forzado por Domiciano, contra el estado
de miseria de las ciudades griegas, rodeadas por amplios territorios
abandonados, sin cultivadores, en tanto que en las urbes se amontonaba
una plebe ociosa que llenaba circos, teatros y prostíbulos y vivía al
día de la caridad pública o como parásita de algún potentado. Una plebe
que –por
otro lado- entiende que merece vivir como “los grandes prestamistas o
los propietarios de bloques de viviendas de alquiler o de naves o de
numerosos esclavos”.
Y es que este tema del abandono de la tierra con la consiguiente falta
de productividad, terminaba por afectar a las ciudades en las que vivían
los señores, que preferían gastar sus ingresos en actos de prestigio
más bien que invertirlos en medios de producción aplicables a sus
fincas -que por otro lado tendían a ser progresivamente más amplias o
más numerosas por concentración, dada la tendencia a la oligantropía de las clases dirigentes-. La propuesta de buscar la solución en un colonato aparcero alentado por una serie de ventajas, como la
enfiteusis o cesión perpetua del dominio útil de una parcela agraria
mediante el
pago de un canon establecido previamente, suponía entregar tierra a
desposeídos para que la cultivasen y aumentase la cantidad de bienes
disponibles, sin entregar por eso la propiedad de las fincas. Se
garantizaba así el estatus del señor sin necesidad de trastocar el
régimen de la propiedad, aunque aumentando el número de cultivadores
libres. Unos libres, eso sí, a los que se ligaba de hecho a una
tierra que podían transmitir de padres a hijos pero cuya disponibilidad
se les escapaba en último extremo. Hacia 116-117 sabemos que el
emperador había optado por ese sistema mixto en una tierra, como la
africana, donde la tradición de trabajo semilibre (o libre subordinado)
tenía hondas raíces. El reglamento de la finca o fundus Villae Magnae Variane en África recupera y potencia desde la nueva perspectiva el colonato aparcero en las propias tierras imperiales. Los
esclavos no habían dejado de existir, sobre todo en aquellas
parcelas que los gestores o administradores de las fincas se reservaban
para su control directo, pero su importancia relativa estaba
disminuyendo en gran medida, mientras subía la de los colonos aparceros,
a los que vemos trabajar también en las minas.
La práctica del peculium
o bienes dejados al esclavo para su disfrute, que había permitido en
épocas anteriores el desarrollo de bastantes actividades comerciales por
medio de persona interpuesta que no podía verse dañada por el deshonor
de la dedicación al negotium, dio paso ahora a una innovación
interesante, en cuanto que se podía dejar al siervo, sin que perdiera
por ello su condición, una parcela de tierra para que la explotara en
régimen de aparcería. Se constituía así esa figura extraña que el jurista Labeón, en la época de Augusto, denominaba servus quasi colonus, por la cual el
esclavo, sin ser persona jurídica, se
convertía en socio industrial de su señor. Un amo que le consentiría
otras prácticas que no eran propias de los esclavos, como la de tener
una compañera estable para que le engendrara unos hijos a los que dejar la tierra que explotaban de forma interesada. Es lo que más tarde se llamará el casamentum o casamiento, palabra derivada de la casa
o choza que se convertía en centro de vida y explotación de la parcela
de finca entregada a este tipo de esclavo en el que se confiaba (Veyne, 1978). Ligado también a la tierra por generaciones, su estilo de vida no iba a diferenciarse mucho de la de los hombres libres que trabajaban la tierra en las mismas condiciones. Y
haciendo de la necesidad virtud, el estoicismo imperante hará que el
trabajo sea cada vez más considerado como un instrumento de perfección
moral. La concordia ordinum, que será en adelante el lema de la política interna de los buenos
emperadores, consistirá en el mantenimiento de un orden entre las clases y estamentos que salvaguardase los privilegios de los honestiores
(senadores y caballeros) sin herir los sentimientos ni lesionar los
intereses de las capas inferiores, de los que estaban más pegados a la
tierra (humus) o humiliores.
La paz interna se podría conseguir en parte a través de medidas como ésta, pero lo cierto es que las mismas van a afectar de una forma notable al mundo del comercio. Antes, el colono, sujeto a un alquiler en dinero (locatio),
tenía que poner productos en el mercado para pagar el montante
establecido en el momento del arriendo. Con la introducción del régimen
de aparcería la cosa cambia, pues la tendencia al autoconsumo aumenta en
la parte productora, aunque obliga en cierto modo a la misma a quienes
reciben la renta (Uroz, e.p.). La afluencia de dinero hacia los
campos, que nunca había sido muy fuerte tendió a debilitarse aún más y
el comercio de
mercado por consiguiente a limitar su ámbito de acción. La Arqueología
nos muestra, especialmente en la parte occidental del Mediterráneo que los circuitos comerciales no sujetos al control del Estado se fueron acortando ya desde esta época, aunque la afluencia de plata durante buena parte de este siglo aún mantendrá un cierto nivel en las transacciones mercantiles.
G. Chic García, El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad, Tres Cantos, 2009, pp. 457-459.
ADDENDUM:
El esclavo dejó de ser rentable cuando se comprendió que era más
rentable comprar el trabajo y no el trabajador, que había que alimentar y
cuidar. Si se le daban alicientes aumentaba su productividad al tiempo
que la preocupación por su salud y mantenencia se podía dejar al propio
trabajador. Es el gran invento del capitalismo, que convierte al trabajo
y no al trabajador en mercancía (de igual manera que convierte la
moneda en dinero fiduciario, de manejo mucho más flexible)
http://prestigiovsmercado.foroes.org/t76-cuando-el-esclavo-dejo-de-ser-rentable#243
Saludos
Genaro Chic García
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¿Y qué es peor que una crítica? - La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251)